A estas alturas del verano (hasta el día 21) Todo el mundo ha visto ya las imágenes exclusivas de El Pais en las que podemos observar, desde primera fila los últimos momentos de 154 personas con vida, en el vuelo fatídico de Spanair.
La televisión lo ha difundido tantas veces como le ha dado la gana y la web del periódico está colapsada... Además como "regalo" adiccional, podemos escuchar la conversación que dá la voz de alarma en la torre de control del aeropuerto: ¡Belén, creemos que ha habido un accidente en la pista!
Una y otra vez, una y otra vez... "Pueden observar nuestros televidentes cómo el avión llega a despegar... " "Escuche otra vez, cómo la primera chica que habla tiembla de miedo..."
Entonces es cuando pienso que nos falta un tornillo. Hacemos zapping una y otra vez, para dejar paso a esa emoción fruto del morbo que nos eriza la piel y enfría el alma. Y nadie se libra. Lo veremos una y otra vez, escucharemos las palabras de alarma mientras cenamos, mañana en el desayuno e incluso las reproduciremos anonadados a quién nos pregunte... El ser humano es excepcional. Tenemos una necesidad innata de empatizar con todos aquellos echos que nos dejan asombrados (sobre todo si fallece alguien) Somos dependientes de nuestras propias emociones... ¿Tan pocas veces las sentimos?
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