Recientemente escuché la historia de los dos primeros hombres que decidieron explorar la Antártida. Fué maravilloso imaginar cómo fué mientras me la contaban.
Muchos historiadores fundamentan que el primero en ver la Antártida fue un español, Gabriel de Castilla. El primero que la pisó: un holandés, Dirck Gerritsz. Pero el culebrón del asunto está entre el inglés Robert Falcon Scott y el noruego Roald Amundsen y su interés por conquistar el Polo Sur geográfico.
El Capitán Scott era un noble inglés, que se dedicaba a la investigación y en esa época, 1910, a explorar. Ya había llegado al paralelo 69º de la Antártida pero la gusa le podía y convocó otra expedición para la misma causa.
Amundsen, era un explorador nato con físico vikingo, que ya había sido el primer ser humano en atravesar el Paso del Noroeste y el polo sur rondaba en su mente como una golosina para un niño.
Mientras que el Capitán Scott salía en el verano de 1910 del puerto de Londrés despedido con una multitudinaria fiesta, Amundsen engañaba a su tripulación y en vez de dirigirse a Groenlandia tomaba rumbo a la Antártida.
El barco de Amundsen lleno de marineros, tardó muy poco en tomar tierra en la Antártida pero Scott, empezaba su mala racha franqueando la costa y asentando su base en el hielo con total desconocimiento.
Roald Amundsen utilizó como fuerza motriz perros groenlandeses y una técnica un tanto repelente pero efectiva: Se comían a los perros durante el viaje. En cambio, el Capitán Scott utilizó ponis en una primera etapa y la propia fuerza humana en la segunda y eso le hundió. No llevaba tanta comida para todos y el escorbuto hizo mella en todos ellos.
En definitiva, Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911 sin mayor complicación y Scott lo hizo el 17-18 de enero de 1912, a duras penas costándoles la vida a él y a sus socios por una mala planificación de la ruta de vuelta.
Para los británicos, el Polo Sur es de Scott.
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