viernes, 1 de junio de 2018

Año 10. Mes 6. Fernando de Luxán.

Estaba preparando un sesudo artículo sobre medio ambiente para este blog. Tenía intención de comentar cómo aprendí a apreciar la naturaleza, de mi relación emocional respecto a un paisaje poco o nada humanizado. Iba a hablar de lo que me preocupa en este sentido; lo poco que llueve, que haga cada vez más calor, que poco más de cincuenta años hayamos llenado el planeta de plásticos… Pretendía dar cuenta de las causas sociopolíticas, centrándome en la falacia de progreso eterno, que redundan en la degradación de nuestra casa y la extinción de gran parte de sus habitantes. Entonces me di cuenta de que en realidad desconozco este tema más que a nivel “de usuario”. Pero sí he visto muchas películas.
¿De qué manera he aprendido lo que sé del mundo, sino a través de las imágenes del cine? ¿Qué futuro imagino sino el de la ciencia ficción? Al fin y al cabo, el año 2000 era el futuro en los inicios del género. ¿Estamos acaso en el tiempo de descuento? 


Uno de los filmes que más me impresionaron en este sentido fue Waterworld (1995). Cierto que no es la primera película de catástrofes. Ni tan siquiera un brillante ejemplo del género, que se inicia en los setenta con el agotamiento del cine bélico y ante la impopularidad de la guerra de Vietnam. Los soviéticos tampoco podían seguir siendo los malos durante mucho tiempo. Habían de resurgir pues los viejos e iracundos dioses griegos: el fuego, la tierra o como en este caso, el agua.
En esta -por lo demás fallida- película de aventuras, un Kevin Kostner dotado de agallas de pez sobrevive en un mundo cubierto por el mar. Hasta entonces estaba acostumbrado a historias situadas en un marco espacial más limitado. Y no se trataba ni siquiera de un edificio en llamas. O un barco que se precipita contra un iceberg (todos nos alegramos de que se hundiera). Jamás se me hubiera ocurrido que el panorama no fuera tan inmutable, más allá de una escala temporal geológica: tierra arriba y agua abajo. Hoy día sigo teniendo reminiscencias de esa imagen al pasar junto a los pantanos secos, que muestran esqueletos de pueblos sumergidos. Otros ejemplos como El día de mañana (2004) se hicieron eco de la preocupación por el cambio climático. Es probable que este tipo de cine comercial haya contribuido a expandir el pensamiento ecologista, aunque tal influencia sería tema de otro artículo. 

No obstante, Waterworld no señalaba culpables. Sería Matrix (1999) la que me persuadiría de nuestra responsabilidad a este tipo de transformaciones: “Nosotros destruimos el sol”, llevando al extremo las advertencias sobre el peligro nuclear. Este pensamiento se reafirma en una única escena: el agente Smith tortura a Morfeo mientras compara a la especie humana con un virus que devorase sin freno todos los ecosistemas. Desolador, desde luego. Hasta fecha, nada me ha persuadido de que su análisis no fuera exacto. Somos demasiados. Cada vez más demasiados.
El relato de la supervivencia en un mundo pos-apocalíptico ha cuajado de tal manera en la sociedad estadounidense, que ha llevado a la construcción de búnkeres personales, acumulación de víveres y armas… Recomiendo la clásica Mad Max (1979) para quien quiera sacar ideas. ¿Cuánto tiempo aguantaría la estructura social si empiezan a faltar la comida y el agua?
Y nuestro imaginario colectivo ofrece escasas alternativas al canibalismo llegados a este punto, salvo una improbable colonización espacial exitosa como la de Interestellar(2014) que permita comenzar de cero. Sinceramente, me gustaría que fuéramos capaces de imaginar otro mundo.


Invitado: Fernando de Luxán.
Actor. Locutor.
Ensayo dedicado
  


#10añosperseverando

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